La familia O’Bar: la felicidad en medio del dolor

Vince escuchó hablar por primera vez de la espiritualidad de san Josemaría, cuando una amigo del gimnasio le invitó a un retiro espiritual. Él y su mujer estaban pasando un momento de sufrimiento, por la enfermedad de uno de sus hijos.

“Hay que experimentar las barbacoas de Texas,” dice Vince O’Bar, ciudadano de Houston (Texas), mientras coloca con destreza unas cuantas hamburguesas en la barbacoa de su jardín. Es un hombre al que le gusta ir con sus hijos a pescar, jugar a baloncesto con sus amigos, y beber cerveza fría en una tarde de calor. Vendedor muy trabajador, aprecia la sencillez y la franqueza. Es lo que le atrajo de la espiritualidad de san Josemaría. “Es muy sencillo: uno puede santificar su trabajo cotidiano.”

A esas alturas de mi vida, lo único que quería era ganar mucho dinero. Pero ese mensaje de dar un sentido más profundo al trabajo, de ser buen marido, o buen vendedor, o buen médico para cuidar a los demás, era muy sencillo, no era algo teórico

Oyó hablar por primera vez de la espiritualidad de san Josemaría cuando un amigo suyo del gimnasio le invitó a un retiro organizado por personas del Opus Dei. Allí conoció a hombres que se esforzaban en vivir su fe. El sacerdote dio una charla que le causó fuerte impresión.

Después, algunos de estos hombres se reunieron en un bar cercano para hablar un rato. “Nos tomamos un par de cervezas,” dice Vince, “y había uno que cursaba Medicina para hacerse pediatra. Era en los años noventa, un momento en el que los servicios sanitarios se consideraban un gran negocio y le pregunté, ‘pero, ¿no querrías ganar lo que un médico?’ Me miró y me dijo con sencillez, ‘no, es que no lo hago por el dinero; lo hago para cuidar a los niños.’” Vince recuerda haber pensado en ese momento, “esto es algo distinto. Este hombre dedica su vida a cuidar a niños… a procurar cuidar a los demás y a servir a Cristo a través de los demás.”

Esos hombres con los que coincidió en el bar se esforzaban en vivir según las enseñanzas de san Josemaría. Su espíritu de servicio auténtico impresionó mucho a Vince. “A esas alturas de mi vida, lo único que quería era ganar mucho dinero. Pero ese mensaje de dar un sentido más profundo al trabajo, de ser buen marido, o buen vendedor, o buen médico para cuidar a los demás, era muy sencillo, no era algo teórico. Veía cómo esos hombres procuraban vivirlo.”

Al tiempo que Vince aprendía de la espiritualidad de san Josemaría, su mujer Wendy asistía a clases sobre la fe católica. Había decidido convertirse al catolicismo, como regalo de cumpleaños para Vince. “Pensé que yo a él le hacía como un favor, pero en realidad, era Dios que me arrastraba, sin darme cuenta,” dice. Se acuerda de haber notado cómo Vince iba cambiando, a medida que aprendía más sobre san Josemaría.

“Se convirtió en un buen marido, muy bueno. Realmente me volvió a tratar como si fuera su novia, como si tuviera que conquistarme”, cuenta con una sonrisa. “Se trataba de pequeñas cosas, por ejemplo cuando volvía a casa, por ejemplo, de la compra, había un jarrón de flores preciosas, sin que fuera mi cumpleaños ni nada. No era un aniversario, nada, y una nota que decía algo cariñoso, como ‘Wendy, gracias por ser mi esposa.’”

Se encontraron ante una encrucijada, tenían que escoger: o aceptar el sufrimiento, integrarlo en sus vidas, o, como se exprime Wendy, “derrumbarse”

En esa época de descubrimientos de la riqueza de la fe católica y de la espiritualidad de san Josemaría, pasaron por situaciones muy duras. “Hemos tenido siete embarazos en ocho años y medio, y sólo tenemos a tres hijos aquí en la tierra con nosotros,” refiere Wendy. “En el primer embarazo tuvimos un aborto espontáneo, fue muy doloroso. Después tuvimos a Nicholas, nuestro primer hijo, en 1997, y luego vino David en 1998. En 2000, en agosto, tuvimos a James, que tenía una enfermedad genética que era mortal. Vivió sólo seis días. Aún se me saltan las lágrimas al pensar en él,” dice Wendy. “Como madre, siempre quieres tener en los brazos a tu hijo.”

Para Wendy y Vince, la pérdida de James fue un momento definitivo en sus vidas. Se encontraron a una encrucijada donde tenían que escoger: o aceptar el sufrimiento, integrarlo en sus vidas, o, como expresa Wendy, “derrumbarse”. Con la ayuda nueva de la fe católica, Vince y Wendy empezaron a ver con una luz nueva sus luchas.

“El sufrimiento no es sólo cuestión de aguantarlo, sino que puede ser un don precioso,” explica Wendy. “James nos trajo las alegrías más grandes y también los dolores más profundos. Nos enseñó lo que significa amar. Cuando pierdes a un hijo, te das cuenta de lo que es la vida. La vida es un don, y a los dos hijos que me esperaban al volver a casa, les hacía falta yo, su mamá. A mi marido, le hacía falta yo, como mujer. A mi mamá, le hacía falta como hija. Así que James me hizo el regalo de aprender a querer mejor, de amar mejor. Es un gran deuda que le debo.”

Era uno de esos momentos muy, muy difíciles para una madre. Pero como católica, que quería ser como Cristo, yo tenía que unir mis padecimientos a lo que padeció Cristo por mí, por todos

En medio de ese trauma Wendy descubrió los escritos de san Josemaría. “Camino era el libro que llevaba conmigo al hospital, y hay un capítulo impresionante sobre el sufrimiento,” recuerda Wendy. “Yo miraba al Señor y le decía: “Señor, haz que yo me parezca a ti. Soy cristiana, quiero ser como Cristo. Así que era una de esas ocasiones muy, muy difíciles para una madre. Pero como católica, quería parecerme a Cristo, unir mis padecimientos a lo que padeció Cristo por mí, por todos.”

Después sufrieron otro aborto espontáneo. Más tarde, dieron a luz a Johnny, un niño sano y pelirrojo. Por último, Vince y Wendy dieron la bienvenida al mundo a William. Dolorosamente, el pequeño William nació con la misma enfermedad congénita que su hermanito James. Vivió sólo cuatro días.

“William fue muy importante para nuestra familia,” dice Wendy con orgullo. “No nos resultó fácil, pero ya conocíamos la situación de William, así que estábamos prevenidos, mejor preparados, sabiendo que estaba enfermo y que probablemente le tendríamos muy poco tiempo con nosotros.” No puede contener las lágrimas, a pesar de los esfuerzos. “Como su mamá, era mi deber y mi honor vivir bien ese tiempo que estaríamos con él.”

Cuando se le pregunta por qué no paraban de tener hijos después de James, Vince dice sin pensarlo dos veces, “Si hubiéramos parado después de James, no tendríamos a John, y si hubiéramos parado después de nacer Johnny, no tendríamos a William – es la encarnación de nuestro amor.”

A pesar de sus grandes sufrimientos, los O’Bar son una familia especialmente alegre. Han aprendido a encontrar bendiciones en su dolor, a encontrar la felicidad en el servicio a Dios y a los demás.

“Todo el mundo quiere ser feliz,” dice Vince, “y la felicidad realmente se encuentra dentro de las circunstancias normales y corrientes de todos los días – ser buen papá, ser buen marido. Somos más felices cuando nos preocupamos de los demás, porque entonces no pensamos en nosotros mismos. Es lógico.”

Del documental Amar al mundo apasionadamente, editado por el Instituto San Josemaría, abril de 2006.